sábado, 4 de agosto de 2012

La expedición de Pedro de Ursúa y la rebelión de Lope de Aguirre en el marco del proceso descubridor del Amazonas (1)

La necesidad de investigar sobre y conocer a fondo el proceso descubridor del que forma parte la expedición, el entorno histórico-social en el que se desarrolla, su origen inmediato y las andanzas previas de sus protagonistas.

Desde las crónicas de algunos de los expedicionarios, "testigos" directos pero también partícipes de los hechos (como Francisco Vázquez, Pedrarias de Almesto, Gustavo de Zúñiga, y otros testimonios (in)directos sobre la sanguinaria rebelión de Aguirre y sus andanzas y desandanzas por el Virreinato, contemporáneos o ligeramente posteriores a los hechos (como los de Diego de Aguilar y de Córdoba, Toribio de Ortiguera o del hijo de un tal Juan Pérez de la localidad de Usanos, en Guadalajara) hasta la actualidad, han sido numerosas las páginas dedicadas a la desgraciada expedición de don Pedro de Ursúa y el soldado rebelde Lope de Aguirre por el río Amazonas, centradas la mayoría de las veces en el atrevido proyecto que fraguaba este último, proyecto que había madurado en medio de la selva amazónica a finales de 1560 y que concibió un sorpresivo y secreto regreso al Perú y una guerra sin descanso contra el rey de España y sus representantes, intentos ambos que, como es sabido, malograron: fueron frenados en octubre de 1561 en un poblado hispano de Tierra Firme (la actual Venezuela), donde dos arcabuzazos acabaron con el "fuerte caudillo", solo, vencido y abandonado de sus "marañones".

Así han mostrado interés, sentido atracción o desarrollado y generado auténtica pasión por la figura de Aguirre y sus "marañones": historiadores o escritores biógrafos primitivos como Fray Pedro de Aguado o Fray Pedro Simón, y modernos como Robert Southey, Arístides Rojas, Segundo de Ispizúa, Theodoor de Booy, Rufino Blanco Fombona, Emiliano Jos, Gonzalo Torrente Ballester, Rosa Arciniega, José de Arteche Aramburu, Casto Fulgencio López, Walter Lowry, Ladislao Gil Munilla, Demetrio Ramos Pérez, José Antonio del Busto Duthurburu, Blas Matamoro, Stephen Minta, Manuel Lacarta Salvador, Evan L. Balkan; filósofos de la historia, etnohistoriadores-antropólogos como Julio Caro Baroja; especialistas en mitología; médicos psiquiatras como Juan B. Lastres y C. Alberto Seguín, Ramón Pardal; escritores o investigadores ensayistas como Miguel de Unamuno, Julio Caro Baroja, Jorge Ernesto Funes, Mario Vargas LLosa; novelistas como Ciro Bayo, Pío Baroja, Ramón del Valle-Inclán, Clodoveo de Brindis Pérez, Arturo Úslar Pietri, Ramón J. Sender, José María Moreno Echevarría, Miguel Otero Silva, Abel Posse, Félix Álvarez Sáenz, William Ospina; cuentistas como lo era por excelencia el mismo Úslar Pietri; poetas de la época como Alonso de Ercilla y Zúñiga, Juan de Castellanos, y modernos como Isaac José Pardo, Vicente Gerbasi y Resguardo, el ya mencionado William Ospina; dramaturgos como Torres, Gonzalo Torrente Ballester, Alfredo Briceño Picón, José Acosta Montoro, Luis Britto García, José Sanchis Sinisterra, Alfonso Sastre, Daniel Di Mauro; críticos literarios o historiadores y otros investigadores de la literatura como Giuseppe Bellini, Raymond Marcus, Alessando Martinengo, Jorge A. Marbán, Rita Gnutzmann, Graciela Michelotti-Cristóbal, Ingrid Galster, Amir Hamed, Consuelo Ramos Nadal, Miguel Eduardo Godoy Gallardo, Rosa María Grillo, Mercedes Cano Pérez, Gilberto Triviños, Bart L. Lewis, Carolina Sanabria Sing, Kristina Karageorgou-Bastea, Elsa O. Heufemann-Barria; editores de textos como William Bollaert, Jerónimo Becker, Enrique de Gandía, Juan Friede, Walter Mignolo, Elena González Mampel y Neus Escandell Tur, Rafael Díaz Maderuelo, Javier Ortíz de la Tabla Ducasse, Beatriz Pastor y Sergio Callau, Julián Díez Torres; e incluso guionistas-directores de cine como Werner Herzog, Carlos Saura; guionistas-dibujantes de cómics como Enrique Breccia, Federico del Barrio, Felipe Hernández Cava y Ricard Castells; compositores y músicos como Evencio Castellanos Yumar, Tomás Marco, "Chango" Farías Gómez, Luis Delgado, Paul Gillman, la banda de pop-rock argentina Aguirre, la banda española Los Marañones.

Aunque no debería extrañar la exaltación de la figura, sin duda extraordinaria, de Lope de Aguirre, ni las agrias polémicas y diversas interpretaciones a las que ha dado pie una aventura centrada casi exclusivamente en la persona del mismo, es de lamentar que durante largo tiempo, por desconocer la realidad americana en las décadas tempranas y medianeras del siglo XVI en que se desenvuelven Ursúa, Aguirre y los "marañones", ha habido más pasión que ecuanimidad en la historiografía posterior a los hechos, distorsionando a veces el entorno histórico-social de éstos.

Por tanto es preciso, para mejor conocimiento del carácter y objetivos de la "jornada" y una evaluación más ecuánime, o por lo menos más fundada, de la actitud insurgente de los "marañones", así como para una interpretación más aprovechada de la diversidad de crónicas y otros testimonios, leyendas, biografías, análisis psicológicos, transfiguraciones literarias y adaptaciones cinematográficas a las que sirvieron de base las peripecias y penalidades del alucinante viaje, investigar sobre y conocer más a fondo el proceso descubridor del que forma parte, su entorno histórico-social, y los antecedentes biográficos de los soldados -los Pedro de Ursúa, Fernando de Guzmán, Lope de Aguirre, Francisco Vázquez, Pedrarias de Almesto, Gonzalo de Zúñiga, Custodio Hernández...- que lo protagonizaron.

La "jornada" del galante caballero navarro don Pedro de Ursúa vista en el marco del proceso descubridor del Amazonas. El avistamiento del delta. Los primeros intentos de remontar el curso del "Gran Río". Ursúa y la quimera del Dorado.

Para algunos sagaces observadores, hubo desde los primeros momento motivos de preocupación y recelo sobre el éxito del viaje de Pedro de Ursúa "a tierras de Omagua y El Dorado". Pero ¿qué mucho que el joven capitán general despreciase sus consejos y siguiese Amazonas abajo? ¿Es que, tal vez, no iba a encontrar las ciudades de ensueño que solicitaba con encarnizamiento, al través de la más tremendas realidades, su heroísmo hipnotizado por la idea fija? ¿No habían avistado ya Francisco de Orellana y sus audaces compañeros el linde de un imperio fantástico, llamado "de los omaguas", más fastuoso que el de los Incas, cuando en los años 1541 y 1542, luchando contra la Naturaleza y con los indios, y en completa carencia de elementos, resbalaron hasta el mar Océano sobre el lomo de colosal serpiente del Gran Río?

En fin ¿cómo no iba a tener aún fresca en la memoria Ursúa la odisea pintoresca de su predecesor? Fue con jornadas exploradoras de tal envergadura, una todavía más hazañosa, luenga y difícil que otra, pero reveladoras todas, tuviesen un fin desastroso, de la viabilidad del Gran Río, que quedaron dibujadas las líneas maestras del proceso descubridor en la cuenca amazónica.

El proceso "descubridor" (polémicas aparte) de esta parte del mundo es un proceso inconcluso, cuyos agentes han variado a lo largo del tiempo, como lo ha recordado Rafael Díaz Maderuelo (1986, págs. 7-8). Precisa el doctor Díaz Maderuelo que los agentes de la transformación del ámbito amazónico fueron, en primer lugar, los propios indígenas americanos que algunos milenios atrás se adentraron en las espesuras de la floresta y establecieron allí sus asentamientos, tanto en "tierra firme" como en los terrenos aluviales de las riberas de los grandes ríos. Mucho tiempo después serían los europeos, en nuestro caso los españoles, empujados, al decir del antropólogo, por las necesidades de expansión de sus sociedades, por ansias de riqueza y guiados por antiguos mitos (como la utópica Atlántida, o las Amazonas). Por último, los colones neoeuropeos, ávidos de desentreñar los secretos de la selva y de explotar sus riquezas (y cuyas extravagancias Werner Herzog narra en su película Fitzcarraldo), se han convertido en los más recientes foráneos de la apertura de la Amazonía.

Lo que habitualmente se denomina "descubrimiento del Amazonas" es simplemente la parte de este proceso que corresponde a los agentes europeos, en este caso españoles, que abarca un período histórico de al menos un siglo y medio. Tocó en suerte al dinamismo y la hiperheroicidad españoles, concretamente, el lapso de tiempo que va de 1500, que fue el año del avistamiento de la desembocadura del río Amazonas, a 1640, año en el cual se confirmó y estableció la viabilidad del río para la navegación y la unidad geográfica del territorio amazónico.

A raíz del avistamiento del delta, por los marinos que integraban las expediciones de Vincente Yañez Pinzón, Diego Lepe y Alonso Vélez, se produjeron varias tentativas para remontar el curso del Gran Río. ¿Cómo justificar la inquietud activa que demuestran aquellas iniciativas? ¿Qué fundamento pudo bien subyacer como impulso de aquel rudimento de exploración?

Sabido es que en 1500, la inmensa masa continental espaciada entre los dos grandes océanos y entre uno y otro polo no había revelado todavía sus coordenadas exactas ni tan siquiera su disposición particular. Hasta el descubrimiento, en 1519, del estrecho de Magallanes, se mantendría, en lo concerniente a la orientación de la geografía americana, una noción desfigurada. Imaginándose los marinos que iban costeando el desconocido continente en los albores del siglo XVI que ésta siga la disposición de los paralelos, estaban buscando un paso Este-Oeste que comunicase el Atlántico, llamado significativamente "Mar del Norte", con la ruta occidental de la India.

El avistamiento de la desembocadura del Amazonas y el reconocimiento, en aquel mismísimo año 1500, de la existencia de un "mar Dulce" hacia la parte ecuatorial de la costa atlántica debieron reactivar las ideas y acciones en búsqueda de dicho paso. A partir del avistamiento del océano Pacífico, en 1513, por Vasco Nuñez de Balboa, océano llamado significativamente "Mar del Sur", la búsqueda de la comunicación entre ambos océanos, cerca de la línea equinoccial, sería el objetivo de un buen número de expediciones.

No la encontrarían. Nunca encontrarían la comunicación que estaban buscando con tanta obstinación. El descubrimiento del estrecho de Magallanes en 1519 confirmaría la continuidad continental hasta latitudes bastante meridionales y supondría el abandono de las iniciativas para buscar el paso Este-Oeste desde el Atlántico. Desengañados, los primeros exploradores del río Amazonas se retrajeron de sus planes: sus tentativas de remontar el curso del "río Grande" habían sido infructuosas; resultaron empresas fallidas. La exploración desde el Atlántico se abandonó provisionalmente.

Unas décadas más tarde, el interés surgió de nuevo, pero esta vez fue desde los Andes por donde se buscase una salida al Atlántico o "Mar del Norte", para facilitar la comunicación con la Península. ¿Habrá recobrado nueva vida el interés que desde tiempo prehispánico mostraron los pueblos del altiplano con los grupos que habitaban la ceja de la montaña? Rafael Díaz Maderuelo (1986, pág.10) sitúa esta necesidad secular que mueve a las sociedades andinas a relacionarse con las poblaciones de las selvas orientales como un carácter de la estructura sociopolítica andina. Se vislumbra, siempre a juicio del antropólogo, como uno de los elementos que mejor pueden explicar la serie de empresas que se desarrollaron desde las cercanías de Quito, y luego el Cuzco, hacia el "Mar del Norte".

Este interés por los territorios orientales fue uno de los fundamentos de la famosa jornada de Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana. El extremeño Francisco de Orellana pasaría a la historia como el primer surcador del Amazonas: en 1542, tras varias empresas de valor desigual, dicho capitán, acompañado por medio centenar de hombres, realizó la primera navegación fluvial completa del "Gran Río", desde los Andes ecuatorianos hasta el mar.

Orellana había llegado a Indias a mediados de la década de 1520, precisamente en un momento de verdadera ebullición de las ideas y acciones en búsqueda de un estrecho que comunicase los océanos. Las promesas de recompensa que Carlos I mantenía a este respecto debieron incidir decisivamente en el joven descubridor. La mentalidad descubridora que le mozo extremeño debió conocer en frecuentes conversaciones sobre proyectos muy diversos, así como por los contactos que mantuvo con un Francisco Ruiz, compañero de Diego de Ordás (o Ordáz) en su entrada a Paria, o un Pedro de Alvarado, constante indagador de una ruta conveniente a la especería, tuvo que influir en su ánimo. Orientaría su personalidad por el camino de la aventura.

A principios de la década de 1530 pasó al Perú, donde se consolidaría su formación militar. Tras la batalla de Salinas, Francisco Pizarro, Marqués y Gobernador de las provincias del Perú, envió a Orellana a conquistar, reedificar y poblar la ciudad de Santiago de Guayaquil, que habían arrasado los indígenas. Por esta época comenzaría a embriagarse con las noticias legendarias acerca de regiones repletas de riquezas que se iban divulgando por el área de influencia de Quito, cuya demarcación se hallaba bajo el mando de su pariente Gonzalo Pizarro. Empezaba a cobrar fuerza en él la creencia en una serie de leyendas, que habrían de convertirse en poco tiempo en los mitos impulsores de grandes expediciones: eran las relativas al País de la Canela y al señoría de El Dorado, en las que los europeos proyectarían su propio imaginario, forjado por mitos antiguos pero persistentes como los de la Atlántida y de las Amazonas. Además, debía acordarse Orellana de las palabras del también explorador Sebastián Belalcázar (uno de los que salieron en busca del hombre dorado o la casa del Sol por el Orinoco y el río Negro) acerca de la existencia de una posible vía de comunicación entre Quito y el "Mar del Norte".

Por un acuerdo entre Gonzalo Pizarro y Orellana se organizó la expedición en busca del País de la Canela. Varios meses después de haber comenzado el viaje, las noticias que dieron los indígenas de la existencia de un gran despoblado aguas abajo hicieron que Orellana se separase de Pizarro con medio centenar de hombres para buscar provisiones. No regresaría al punto de encuentro convenido con Pizarro. Seguiría Amazonas abajo: si al principio parece que la búsqueda de la canela fue el motivo más inmediato de la expedición, a partir del momento en que se separó Orellano de Pizarro la idea de alcanzar la salida al mar se perfilaría como la finalidad primordial del viaje; aunque, eso sí, arrojada en las tramas legendarias del oro de Omagua y del señorío de las Amazonas.

Orellana y sus compañeros se separaron de Gonzalo Pizarro el 26 de diciembre de 1541. El 26 de agosto de 1542 salieron al mar. El 11 de septiembre de aquel año llegaron a la isla de Cubagua. Poco después el capitán regresó a España, a la Corte, en busca de capitulaciones para gobernar las regiones descubiertas. Pero ni siquiera las poblaría: murió a principios de 1546, a poco de haber iniciado un segundo viaje para remontar el Amazonas. Sería casi un siglo más tarde cuando comience la efectiva ocupación del "Gran Río" por los europeos.

Pasarían casi veinte años hasta que se intentara la segunda bajada del Amazonas, que para la ocasión de esta jornada se llamaría "río Marañon". Esta vez la organizarían desde el Cuzco e iría en busca del "país de Omagua y el Dorado" bajo el mando de un tal don Pedro de Ursúa.

Referencias
Bibliografía
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  • ALBORNOZ RUIZ, Miguel Ángel, Orellana. El Caballero de las Amazonas. México D.F., Editorial Herrero, 1965 (2ª ed.).
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  • NIÑO, Hugo (Escritor y profesor universitario de literatura latinoamericano colombiano), Francisco de Orellana. Descubridor del río de las Amazonas. Santa Fe de Bogotá, Editorial Panamericana, Colección “100 personajes, 100 autores”, 2006. Lea la reseña hecha por la editorial.


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