miércoles, 12 de septiembre de 2012

El entorno y origen inmediato de la jornada. El Perú virreinal de las décadas medianeras del siglo XVI

No se puede entender la "Jornada del Marañón" sin conocer las circunstancias particulares de Perú virreinal de entonces y lo que precede inmediatamente a la misma jornada

Puede repetirse con el doctor ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE (1987) 1 que "sin la perspectiva del mundo hispanoperuano del momento y de los antecedentes de la expedición de Pedro de Ursúa, ésta resulta totalmente fantástica" (pág. 11). ¿Qué pudo inducir al nuevo virrey del Perú, don Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, a conceder, a finales de la década de 1550, cuando todo lo más rico del territorio era conocido y todos los indios y tierras estaban repartidos, licencia para nuevas expediciones de descubrimiento y conquista a distintas regiones? Y ¿qué movió a sus componentes para enrolarse?

Hasta hace poco (unas décadas) la expedición de Pedro de Ursúa a Omagua y El Dorado se había propuesto como típicamente derivada de los tiempos de mera conquista, cuando ésta, en Perú, quedaba en la lejanía de un cuarto de siglo. En El mundo hispanoperuano, 1532-1560 (1982) 2, el historiador James LOCKHART observa que, pese a las turbulencias de la conquista, de las guerras civiles y de las grandes rebeliones, todas las principales tendencias económicas y sociales, todos los principales centros poblados de Perú estaban configurados hacia 1545 o 1550 y en muchos caso incluso antes (págs. 15-17).

El virreinato a mediados del s. XVI: las mayores ciudades han sido fundadas, las tierras y riquezas repartidas, en una sociedad ya rigorosamente estratificada

En efecto, el Perú de 1559 era ya muy diferente del que habían encontrado en 1532 Francisco Pizarro y su hueste. Hacia la mitad del siglo habían pasado los primeros momentos igualatorios, socialmente, que supuso la conquista, permitiendo a oscuros miembros y peones de las huestes a convertirse en ricos, prestigiosos y poderosos regidores. La estratificación social hispana se había adaptado al mundo americano, a veces con más rigor que en la metrópoli, fenómeno que no es inhabitual y que se repetiría dentro de algunos centros poblados de la colonia británica una vez se haya establecido administrativamente en tierras norteamericanas. Las ciudades se habían convertido en importantes centros administrativos y comerciales, y en ellas los encomenderos 3 figuraban en la cúspide de la escala social. El resto de los vecinos (un 90 %) 4 debían dedicarse, para lograr cierta prosperidad, a toda una serie de actividades y oficios inferiores o menos lucrativos, que junto con pequeños lotes de tierra eran lo que les habían dejado los primeros conquistadores y fundadores de ciudades.

Muchos soldados, componentes de diversas huestes, no habían sido remunerados ni atendidos en sus peticiones 5. Tras diez, quince o veinte años de estancia en Indias, habiendo participado en diversas campañas y expediciones, donde gastaron todos sus recursos y años de juventud, debían deambular de ciudad en ciudad a la sombra de los poderosos. Vivían de su generosidad, como pícaros. Debían esperar la oportunidad de nuevos repartos de encomiendas si se producían vacantes, hecho cada vez más raro pues si llegaba el caso se incorporaban a la Corona o eran concedidas a los familiares, allegados o servidores de los virreyes, oidores y otras autoridades cuyo poder iba instaurándose con mayor fuerza en América. Podían casarse con las ricas encomenderas viudas, aunque éstas prefirieron hacerlo con otro de su grupo o con algún peninsular recién llegado de la metrópoli con prestigioso cargo de gobierno o ilustre ascendencia o parentela.

Cerradas estas vías de enriquecimiento y ascenso social que habían servido antes a otros miembros de la hueste para ganar fama, honra y riqueza, sólo podían esperar aquellos pospuestos, los desheredados de la conquista, enrolarse en nuevas expediciones de descubrimiento y conquista o en otros hechos de armas que los hicieran beneméritos ante la Corona.

El Perú de la primera mitad del s. XVI: una administración virreinal buscando establecer y consolidarse, entre actos fundacionales y hechos de armas

Estos hechos se habían prodigado en el Perú de la primera mitad de siglo en las guerras civiles. La primera de éstas, la Guerra de las Salinas (1537-1538), de la que tratamos en otra entrada en esta bitácora, inauguraba una serie que duraría por más de quince años. Fueron en sus comienzos más que nada enemistades personales y de facciones entre pizarristas y almagristas (así se llama a los seguidores de Francisco Pizarro, por entonces nombrado marqués y Gobernador del Perú, y Diego de Almagro, su capitán general, y con quien él y el clérigo Hernando de Luque habían fundado y promovido a principios de la década de 1530 la "entrada" 6 en el Perú), pero evidenciaban ya, como bien dice el ya citado James LOCKHART (1982), las rivalidades y conflictos entre ricos y pobres, entre bien asentados y recién llegados (o.c., págs. 11-15).

Sólo en las últimas décadas se ha llegado a conocer un poquito mejor este episodio de la historia colonial del Perú, pero falta todavía. Javier ORTIZ (1987) ya sentía la necesidad de aclarar determinados sucesos de manera a entender mejor tanto lo que pudo llevar al Virrey a organizar una expedición como la de Pedro de Ursúa a Omagua y El Dorado como lo que pudo llevar a Lope de Aguirre y sus "marañones" a convertirla en una rebelión abierta y atrevida contra la Corona. Xavier LACOSTA (2004), al iniciar su esbozo de tres décadas de crímenes y rebeliones antecedentes de la rebelión de Lope de Aguirre, se desola un tanto y se ve obligado a precisar: "El período de guerras civiles en el Perú es poco citado entre los publicistas actuales de la Conquista pese a que está pormenorizadamente descrito por cronistas como [Francisco López de] Gómara, [Pedro] Cieza de León, Francisco de Oviedo [y Baños], fray Pedro Simón (cronista de Lope de Aguirre), etc. Diríase que existe una cierta mala conciencia por la que se desdeñan estos sucesos que revelan lo más oscuro y ambicioso de la condición del español en América. Puede parecer lógico que los panegiristas de la Conquista pasen como por encanto por encima de estos negros años dado que evidencian la fuerte oposición de los conquistadores a tratar a los indios de acuerdo a la ley y que culminan en la rebelión de Lope de Aguirre. Sus contemporáneos no obviaron, por el contrario, la relación de estos hechos, en los que incluso tomaron partido. Para el historiador más neutral y objetivo, la etapa de las guerras civiles en el Perú resulta árida, apenas una sucesión de crímenes, rebeliones, traiciones y alzamientos [...] : algo más digno de una novela de aventuras que del estudio histórico serio. Pero ni siquiera hispanistas extranjeros se han ocupado demasiado en analizar la inquina entre almagristas [llamados despectivamente "los de Chile", tras fracasar la expedición de Almagro a Chile] y pizarristas [conocidos como "los peruleros"], o entre éstos y los representantes de la Corona. [...] Por todo ello - concluye Xavier LACOSTA - el lector que casi casualmente tropiece con una sucinta relación de esta media docena de guerras entre españoles no puede por menos que experimentar una sensación de asombro ante estos hechos, narrados siempre con gran frescura por toda una pléyade de cronistas" (2004, págs. 10-11)."

El levantamiento más serio de todos ocurrió en 1544 cuando Gonzalo Pizarro ("hijodalgo", altivo como los demás hermanos Pizarro "legítimos" y hermano de Francisco, a quien Diego de Almagro había asesinado en la mañana de San Juan de 1541) se rebeló contra el virrey Blasco Nuñez Vela por las nuevas regulaciones que vinieron de España en favor de los indios. Pizarro no sólo logró atraer a los descontentos sino también a buena parte de los hombres más ricos y poderosos de Perú. Persiguió al Virrey, lo derrotó y lo mató en la batalla de Añaquito. La Corona envió al licenciado Pedro de La Gasca para resolver la situación y pacificar el virreinato. La Gasca derrotó y ejecutó a Gonzalo Pizarro en 1548. Tras la victoria procedió al reparto de mercedes en Huaynarima, en el que fueron beneficiados tan sólo unos doscientos veinte conquistadores. El descontento fue general, y se dio este factor agravante que fueron precisamente los seguidores de Gonzalo Pizarro los más recompensados, en detrimento de los leales al Rey y a La Gasca.

Vuelto a la Península, La Gasca dejaba un país oficialmente pacificado pero que en realidad estaba lleno de tensiones, de sediciosos, desocupados y resentidos. Quedaba en el gobierno una Audiencia ineficaz en la que sus miembros se preocupaban sobre todo de las rencillas entre ellos y de beneficiar a sus deudos, familiares y amigos. Nada supuso la llegada, en 1551, del segundo virrey nombrado para Perú, don Antonio de Mendoza: murió al año siguiente y de nuevo el Tribunal de la Audiencia quedaría en el gobierno. En aquel mismísimo año 1552 se publicó la real orden que prohibía los servicios que hasta entonces habían prestado los indios a sus encomenderos, orden que no haría sino agravar la situación. Sumado a esto que cada vez había más impacientes entre los veteranos del Perú (ya llevaban demasiado tiempo esperando recompensas y ahora los ánimos se encabritaban), se explican las explosiones de ira contra los oidores, en Potosí, y en La Plata, y la subsiguiente rebelión de don Sebastián de Castilla, el ambicioso hijo del Conde de la Gomera, que con sus secuaces asesinó al pérfido general Pedro de Hinojosa, corregidor y justicia mayor de los Charcas, y se apoderó de la región minera del sur en 1553. La última gran guerra civil peruana terminó en 1554 con la derrota de otro importante rebelde, Francisco Hernández Girón, que éste, aunque no contó con los poderosos entre sus seguidores, dominó durante un año gran parte de la sierra peruana y hasta se aproximó una vez a unos cuantos kilómetros de Lima.

Contra todo lo que podía esperarse, la Audiencia perdonó a la mayoría de los culpados en revueltas pasadas: no hubo sino castigos ejemplares. Los poderosos siguieron ostentando sus cargos y sus encomiendos [CHECK] y prestigio, y siguieron elevando memoriales a la Corona, probanzas y relaciones de sus buenos méritos y servicios. Mientras tanto, los que habían participado en la pacificación en el otro bando, el de los oidores, se vieron desfraudados en la espera de mercedes, ya que éstos se negaron a repartir encomiendas tras la derrota de Francisco Hernández Girón, alegando no tener facultades para ello.

El prestigio de las máximas autoridades estaba en sus más bajos índices: el primer Virrey, don Blasco Nuñez Vela, había sido decapitado en Añaquito; el presidente Pedro de La Gasca fue acusado de injusto, parcial y apresurado en el reparto de las recompensas por el vencimiento y muerte de Gonzalo Pizarro en 1534; y el gobierno interino de la Audiencia (1552-1556), si debemos creer Javier ORTIZ DE LA TABLA (1987), "puso de manifiesto el talante de muchos magistrados en estos y otros años, que pasaban a Indias con el solo fin de un enriquecimiento rápido aunque tuvieran que condescender con los abusos de los grupos más poderosos de las colonias, de los que fueron buenos aliados, y aunque tuvieran que demostrar su nepotismo y parcialidad en el reparto de cargos y mercedes entre familiares y amigos" (o.c., pág.18).

Virreinato del Perú 1556-1560: el marqués de Cañete decide "hacer limpieza"

De nuevo para remediar la situación fue elegido un representante del monarca, enérgico y eficaz como gobernante a la manera tradicional: el virrey marqués de Cañete, que habría de ejercer su cargo desde 1556 hasta 1560. Con una actitud firme para afianzar el poder y la autoridad virreinal, el marqués de Cañete procuró frenar los abusos, rencillas y nepotismo de los oidores, a los que denunció como ineptos, lo que produciría verdadero malestar y descontento entre ellos. Envió al licenciado Muñoz como corregidor al Cuzco y al licenciado Altamirano a Charcas para extinguir las brasas de rebelión e investigar y castigar a los culpados en los levantamientos pasados; y procedió a una política de colonización interna, creando nuevos asentamientos hispanos y dando ocupación a los ociosos.

No tuvo empacho en castigar a algunos de los más poderosos hombres del Perú, pese a su fuerza y prestigio en el virreinato, como primeros conquistadores y ricos encomenderos. Desterró a España a las cabecillas de la oposición y a los que criticaban abiertamente su retraso en dar encomiendas vacantes y mercedes.

Si caían las primeras figuras de la sociedad limeña y peruana, mucho más debían temer la autoridad de Cañete los desposeídos y vagabundos. El Marqués quería desaguar el virreinato de soldados vagabundos, matachines y aventureros, a los que se conocía con el nombre de los Guzmanes, y convertir a los ociosos en labradores y buenos colonos. A los beneméritos de mayor relieve los contentó y atrajo promoviendo buenos enlaces con ricas herederas o encomenderas y con el reparto de tierras; a otros los enroló en las compañías de Gentiles Hombres de Lanzas y Arcabuces que creó a tal efecto y a los que dotó con buenas rentas por sus puestos; otros fueron destinados como colonos, labradores, ganaderos y artesanos, a las ciudades que ordenó fundar. A los más inclinados a hechos de armas o con mayor experiencia en ellos los envió a Chile en la expedición que dirigía su propio hijo, don García de Mendoza (1557).

Buscando soluciones para acabar con los elementos sediciosos y aventureros en busca de gestas

Desafortunadamente, las medidas del nuevo Virrey no bastaban para calmar los ánimos de algunos elementos defraudados o metidos con la justicia que andaban por allí causando o buscando problemas, como apunta el doctor ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE (1987): "Sobraban los veteranos de guerra aún por recompensar; sobraban también los revoltosos e inculpados en antiguas rebeliones, temerosos de las indagaciones que había promovido [el virrey marqués de Cañete]; iban aumentando y sintiéndose en las ciudades y pueblos los llamados mozos de la tierra, mestizos sin oficio ni beneficio, tachados con los peores vicios de sus dos razas y rechazados por sus dos mundos. Había también elementos distinguidos socialmente que con más prestigio que bienes querían emular las campañas y gestas de los primeros descubridores y conquistadores, y tras ellos una multitud de pacíficos colonos que, idos al Nuevo Mundo, no habían encontrado hasta entonces las riquezas que soñaron ni el salto social que esperaban" (o.c., págs. 22 y 23).

Para dar ocupación y satisfacción a todos estos grupos, el marqués de Cañete, además de las medidas señaladas, autorizó en 1558 las expediciones de Gómez Arias a Rupa-Rupa, Juan de Salinas a Yaguarsongo y Antonio de Oznayo a Bracamoros, y al año siguiente, la que nos ocupa, la jornada de Pedro de Ursúa a Omagua y El Dorado.

"[Q]ue el fantástico país existiese o no existiese, le importaba escasamente al aristocrático Virrey" - observa Rosa ARCINIEGA (1946) al comentar la "estrategia" del marqués de Cañete. "Lo que a él le interesaba y convenía - en interés y conveniencia de la corona de Castilla, desde luego - era "descargar el Perú" de aquella creciente plaga de conquistadores y soldados sin fortuna que vagaban por el reino, con el arcabuz al hombro, en busca de "qué comer", de Encomiendas imposibles o, en su defecto, a la expectativa del motín por amor a la paga extraordinaria. Mendoza había hecho ya varias sangrías a este amenazante tumor social con el envío a Chile de algunos centenares de hombres, puestos al servicio de su hijo García para la guerra de Arauco. Pero no bastaba. Era preciso encontrar a los restantes un quehacer, autorizar unas de aquellas "entradas"... a inexploradas regiones. Aquello tenía siempre la virtud de electrizar las voluntades y hacer germinar las ilusiones hasta en los más baqueteados y viejos conquistadores. Y así fue cómo don Pedro de Ursúa obtuvo el asentimiento superior para salir a la conquista de El Dorado..." (o.c., págs. 290 y 291; ver también las págs. 301 y 302).

Cañete sabía muy bien que "sólo otro nuevo Dorado podía incitar a organizar una expedición de descubrimiento, de cierta envergadura, en Perú a fines de la década de 1550, cuando todo lo más rico del territorio era conocido y todos los indios y tierras mejores estaban repartidos", añade el doctor ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE (o.c., , 1987, pág. 22).

¡Qué claro lo vislumbra todo! el protagonista de Lope de Aguirre, Príncipe de la Libertad (1979) , novela histórica del escritor venezolano Miguel OTERO SILVA: "Ya que no puede el virrey Marqués de Cañete ahorcar de un golpe a cuatro mil soldados españoles que andamos dando tumbos por el Perú sin ocupación y sin blanca, y como sabe de sobra que el hambre y la ociosidad son el origen de todas las rebeldías, pues nos ofrece entradas y descubrimientos hacia el Sur y hacia el Oriente, por en medio de selvas tenebrosas y ríos indómitos, que si hallamos la gloria será para el Rey y si hallamos la muerte será para nosotros" (o.c., pág. 102).

Notas
  1. En la "Introducción" a su edición de la más completa y detallada de las crónicas y relaciones escritas por los propios componentes de la "Jornada a Omagua y El Dorado", la del bachiller Vázquez: Francisco VÁZQUEZ, El Dorado. Crónica de la expedición de Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre. Edición e introducción de Javier ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE. Madrid, Alianza Editorial, 1987. "Quizá - observa Enriqueta VILA al comentar el "importante aparato erudito" que completa esta versión de la crónica del bachiller VÁZQUEZ - el mayor acierto del autor de la presente edición sea el introducir al personaje [de Aguirre] en el ambiente que le rodeaba: un mundo difícil y complejo que es expuesto con fuerza y claridad en unas pocas páginas, expresivas y ágiles. El mundo del energético virrey marqués de Cañete en el que se gestó la expedición de don Pedro de Ursúa, que no podría comprenderse fuera de su contexto" (Reseña a Francisco Vázquez. El Dorado, en Novedades, Madrid, Alianza Editorial, No. 19 (mayo-junio 1987), pág. 7).
  2. LOCKHART, James, El mundo hispanoperuano, 1532-1560.
  3. "La encomienda fue una institución característica de la colonización española de América y Filipinas, establecida como un derecho otorgado por el Rey (desde 1523) en favor de un súbdito español (encomendero) con el objeto de que éste percibiera los tributos que los indígenas debían pagar a la corona (en trabajo o en especie y, posteriormente, en dinero), en consideración a su calidad de súbditos de la misma. A cambio, el encomendero debía cuidar del bienestar de los indígenas en lo espiritual y en lo terrenal, asegurando su mantenimiento y su protección, así como su adoctrinamiento cristiano (evangelización). Sin embargo, se produjeron abusos por parte de los encomenderos y el sistema derivó en muchas ocasiones en formas de trabajo forzoso o no libre, al reemplazarse, en muchos casos, el pago en especie del tributo por trabajo en favor del encomendero.

    La encomienda de indios procedía de una vieja institución medieval implantada por la necesidad de protección de los pobladores de la frontera peninsular en tiempos de la Reconquista. En América, esta institución debió adaptarse a una situación muy diferente y planteó problemas y controversias que no tuvo antes en España. Si bien los españoles aceptaron en general que los indígenas eran seres humanos, los definieron como incapaces que, al igual que los niños o los discapacitados, no eran responsables de sus actos. Con esa justificación sostuvieron que debían ser "encomendados" a los españoles.

    Los tributos indígenas en especie (que podían ser metales, ropa o bien alimentos como el maíz, trigo, pescado o gallinas) eran recogidos por el cacique de la comunidad indígena, quien era el encargado de llevarlo al encomendero. El encomendero estaba en contacto con la encomienda, pero su lugar de residencia era la ciudad, bastión neurálgico del sistema colonial español.

    La encomienda fue una institución que permitió consolidar la dominación del espacio que se conquistaba, puesto que organizaba a la población indígena como mano de obra forzada de manera tal que beneficiaran a la corona española. Se estableci[ó] el 20 de diciembre de 1503 en una real Provisión.

    Supuso una manera de recompensar a aquellos españoles que se habían distinguido por sus servicios y de asegurar el establecimiento de una población española en las tierras recién descubiertas y conquistadas. Inicialmente tuvo un carácter hereditario, posteriormente se otorgó por tiempo limitado.

    Jurídicamente estuvo regulada sin éxito por las Leyes de Burgos de los Reyes Católicos (1512 y 1513) [que eran para proteger al indígena y que llegaban a ordenar que se les enseñe a leer y escribir] y fue modificada por las Leyes Nuevas (1542), que se hicieron cumplir por la fuerza contra los encomenderos. [Los nuevos Virreyes llegaron a América con órdenes expresas de que se cumplieran estas leyes, lo contrario que había pasado con las anteriores, llegando a haber una guerra en Perú entre los encomenderos y los leales al rey, con el Virrey Francisco de Toledo. Mientras, en el Virreinato de Nueva España, el virrey Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón liberaba a 15.000 indígenas.] [Las constantes denuncias frente al maltrato de los indígenas por parte de los encomenderos y el advenimiento de la llamada catástrofe demográfica de la población indígena, provocaron que la encomienda entrara en crisis desde finales del siglo XVII, aunque en algunos lugares llegó a sobrevivir aún hasta el siglo XVIII.] Fue abolida en 1791. [La encomienda fue siendo reemplazada por un sistema de esclavitud abierta de personas secuestradas en África y llevadas forzadamente a América.]" Adaptación ligera del artículo "Encomienda" en Wikipedia, consultado 14-09-2012.

    Acerca del monopolio ejercido por los encomenderos y el carácter hereditario de la encomienda en el Perú virreinal de la época de la "Jornada del Marañon precisa el doctor ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE: "Los cabildos coloniales peruanos y quiteños del siglo XVI estuvieron dominados y monopolizados por estos grupos de encomenderos, estrechamente ligados por lazos de parentesco y, a veces, de paisanaje, que a la vez que se perpetuaban en sus cargos lo hicieron en sus encomiendas por dos y tres generaciones constituyendo las primitivas élites coloniales" (o.c., pág. 12).

  4. "El grupo de conquistadores o sus descendientes que acaparaban las encomiendas, cargos de cabildos, tierras, ganados, obrajes, etc., representaban tan sólo menos del 10 por 100 de los vecinos de cada ciudad." Javier ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE, o.c., pág. 13.
  5. El escritor venezolano Miguel OTERO SILVA nos los muestra redivivos, humanizados, pudiera decirse que "caminando" sobre las páginas de su novela histórica Lope de Aguirre, Príncipe de la Libertad (1979), y recortados con maestría contra "el cielo cubierto de nubes de las Indias" cuando entre "marañones" comentan: "- Ya no somos soldados - dice mi amigo vizcaíno Pedro de Munguía, bronco y rencoroso como los lobos... - somos una tribu de vagamundos - digo yo [Aguirre] dando voces -. Somos más de siete mil míseros vagamundos que andamos recorriendo sin tregua los caminos del Perú; del Cuzco al Collao, del Collao a la Plata, de la Plata a Potosí, con aire de saltadores. ... - El muy ilustre don Pedro de la Gasca, incomparable maestro de la injusticia, es el mayor culpable - dice Pedro de Munguía en voz baja -. A la hora de repartir mercedes, premió pródigamente a los traidores, y se olvidó tacañamente de los leales. ... - Los valles y los caseríos nos ven pasar con zapatos rotos de pícaros, con bragas decosidas de pordioseros. ¿Qué nos dura de conquistadores españoles? - dice Pedro de Munguía. ... - Nos dura la furia - digo yo -." (o.c., La Habana, Casa de las Américas, sin año [1982], págs. 71 y 72).
  6. Las "entradas" a regiones no conocidas se hacían a costa de los conquistadores, que en compensación, recibían títulos, cargos y encomiendas (o repartimientos) de indios.
Bibliografía
  • LACOSTA, Xavier, "Las guerras civiles en el Perú", en Historia 16 (Historia Viva S.L., Madrid), Año XXVIII, No. 342 (octubre 2004), págs. 8-29.
  • ARCINIEGA, Rosa, Dos rebeldes en el Perú. : Gonzalo Pizarro (“El gran rebelde”) y Lope de Aguirre (“El cruel tirano”). Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1946.
  • LOCKHART, James, El mundo hispanoperuano, 1532-1560. México, FCE | Fondo de Cultura Económica, 1982.
  • ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE, Javier (ed.), "Introducción" a Francisco VÁZQUEZ, El Dorado. Crónica de la expedición de Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre. Madrid, Alianza Editorial, "El Libro de Bolsillo", No. 1246, sección "Clásicos", 1987, págs. 7-37.
  • OTERO SILVA, Miguel, Lope de Aguirre, Príncipe de la Libertad. La Habana, Casa de las Américas, 1982.
Webografía