viernes, 21 de octubre de 2022

La "fama" y "memoria" de Lope de Aguirre

La suerte póstuma cambiante de un conquistador estigmatizado: acusación exculpadora, condena moral, olvido redondo o recuperación variopinta pero siempre interesada

Lo quisiera o no, para su bien o su mal, Lope de Aguirre no tuvo más remedio que vivir y arreglárselas con la estirpe y condición, la época movida -de profundos cambios sociales en España, de choques de egos, motines y guerras civiles en el Perú-, el contexto geográfico -el País Vasco altivo e indómito mirando al mar en la Península, la selva frondosa y devoradora y la tarumba equinoccial desde el Amazonas-, los posibles caminos de salida y las frecuentaciones que le habían tocado.

Si no se pueden justificar los asesinatos y demás atrocidades que ordenó o cometió al hacerse en 1560 en plena bajada del río Marañón (el actual río Amazonas) con la hueste y las embarcaciones de la expedición de Pedro de Ursúa destinada a conquistar y poblar las tierras de Omagua y del Dorado y de la que él mismo y sus cómplices "marañones" eran inicialmente partícipes, al menos deberíamos intentar acercarnos lo más que podamos a su persona íntima, su cotidiano y su manera de razonar de soldado vasco hidalgo segundón buscavidas y veterano cansado de las guerras civiles del Perú que, resentido por no haber sido recompensado por sus servicios y las penas vividas, rumia un plan loco por irrealizable para salir una vez por todas de este apuro en el que se encuentran los de su condición.

Si realmente queremos entender su actuación de Lope de Aguirre, en toda su complejidad, sin anacronismos filtradores (juzgar relaciones y comportamiento humanos con criterios contemporáneos...) ni espejismos simplificadores (glorificación nacionalista, discurso de vencedor o vencidos...), debemos leer e interpretarla con las claves adecuadas de las que dispongamos: el contexto sociohistórico, geopolítico y geográfico peculiar en el que se produjeron los hechos. La lejanía y relativa hasta total indiferencia por parte del poder central hacia aquellos que realizaron las numerosas "entradas" en una tierra desconocida y hóstil. La desmesura de todo en aquel Nuevo Continente, el asombro ante aquella naturaleza desbordante e exótica pero devoradora. El choque cultural que aquel contacto produjo inicialmente, pero que no tardó en convertirse en formas diversas de convivencia y transculturación. Una jerarquía social y administración colonial que apenas empezaron a establecerse, unas autoridades locales perteniciendo a una casta cerrada formada por una parte ínfima de conquistadores que lograron beneficiarse de la empresa conquistadora-pobladora, movidos por intereses personales, reticentes o negándose a compartir con los demás expedicionarios o veteranos de las guerras civiles (repartir de manera justa) las tierras y otros bienes a su disposición, e incapaces de controlar la excedencia de energía presente una vez acabados los enfrentamientos armados internos.

Pero malogradamente -bueno, para el soldado vascongado, no para todos los que estamos disfrutando las novelas, obras de teatro, películas, leyendas... que inspiró, no a la vista de lo que desató en la imaginación desbordada de la tira de pensadores y creadores-, su "fama" y "memoria" se escribió con la sangre que él y sus "marañones" derramaron bajando el río Marañón, en su paso por la isla Margarita, y hasta su trágico fin en Barquisimeto, en "Tierra Firme" (la actual Venezuela).

Este “formidable ángel caído, desesperado consciente de su desesperación” -como Miguel de Unamuno calificó a Lope de Aguirre en un artículo ensayístico (1920) que le dedicó-, esta “oveja negra” a quien sus cómplices “marañones” en sus crónicas o “relaciones de todo lo sucedido” acusaron de todas y cada una de las atrocidades cometidas durante la halucinante jornada marañona para exculparse ante la Corona, y de quien, para colmo, si bien es verdad que con nada se puede justificar la crueldad con la que actuó, la historiografía oficial occidental se sirvió como expiador, culpándolo de lo que al fin y al cabo era lo común entre aquellos individuos que necesitaban hacerse invisibles o mantener un perfil bajo durante un tiempo por las razones que fueran y decidieron huir de la Península enrolándose en la tripulación de alguna carabela o galeón que zarpaba del puerto de Sevilla camino a un futuro desconocido e incierto en las Indias: una sed de riqueza insaciable y un instinto de supervivencia que, avivados por la geografía desconocida y hóstil en la que se movían, lo justificaba cualquier violencia y crueldad, y más aún cuando, defraudados y resentidos, veían cómo, a pesar de las penas y el esfuerzo, se esvanecían sus aspiraciones y esperanzas de un futuro mejor.

De este tono general de acusación o condena moral tan sólo se salvan, tal vez los retratos más balanceados de alguno que otro historiador primitivo coetáneo o ligeramente posterior, o las versiones de algunos historiadores modernos “interesados”, sean íntimamente relacionados con la causa y las reivindicaciones vascas, como Segundo de Ispizúa (Los vascos en América, Vol. V: "Venezuela", 1918), quien descubre en Aguirre al exponente por excelencia del ansia de libertad y del espíritu de resistencia e independencia del pueblo vasco, o partícipes del positivismo decimonónico, como el médico e historiador venezolano Arístides Rojas (El elemento vasco en la Historia de Venezuela, 1874), para quien la sangre y la raza eran determinantes, la fuerte inmigración vasca en la Venezuela mestiza e ignorante la garantía del progreso, y Aguirre, como máximo exponente de las mejores calidades de su pueblo, el portador de la esencia del ser venezolano, de lo que forma el carácter o la identidad del pueblo venezolano.

Sin olvidar el interés renovado y particular que portará Simón Bolívar, capitán general revolucionario, libertador e unificador hispanoamericano decimonónico y él mismo descendiente de una familia española de origen vasco que se había establecido en Venezuela desde fines del s. XVI, al resentido y renegado conquistador vascongado decimosexto, recuperándolo para la causa criolla y convirtiéndolo -a causa de su irreverente carta a Felipe II, en la que reclama justicia y derecho exclusivo sobre los nuevos territorios para los que los conquistaron- en precursor de las ideas libertarias de los criollos, quienes, en la década 1810-1820, cansados de tres siglos régimen colonial, iban a enfrentarse a los “godos” -los que eran fieles a la Corona, como los llaneros de Boves de Las lanzas coloradas (1931) de Arturo Úslar Pietri- para librarse una vez por todas de ese peso que había sido esa opresión admnistrativa, cultural y social multisecular.

Pero volvamos a nuestro protagonista, el Tirano Aguirre. Así pues, primero los testigos oculares e historiadores primitivos -exceptando aires de admiración encubierta que se detectan en alguna crónica e intenciones de querer entender lo que pasó por parte de algun historiador coetáneo- lo trataron invariablemente (lo metieron en un bloque monolítico) de bestia sanguinaria, de ser monstruoso y diabólico, y de una vez aseguraron su “fama”; pero luego se atacaron a su “memoria”. Luego pusieron a esta bestia sanguinaria y sin merced alguna que habían creado como 'exemplum' de lo más abyecto que haya podido producir la propia raza, justamente merecedor de un castigo ejemplar, y lo castigaron -suerte que, por cierto, reservaron a otros descubridores-conquistadores que no "encajaban", por el mismo u otro motivo- con el olvido más redondo, como recuerda, entre otros, Germán Arciniegas (1987) al hablar de Francisco de Orellana, el explorador-poblador extremeño que realizó, dos decadas antes de Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre, la primera bajada jamás del río Marañón o Amazonas tras separarse de la expedición de Gonzalo Pizarro: “Frente a los personajes como ese tuerto fabuloso, o como Balboa, Cortés, los Pizarro, el tirano Aguirre, Jiménez de Quesada, el propio Colón, resultan enanos los reyes y emperadores. Jamás, ni antes ni después, ni en España ni en el resto de Europa, hubo personajes tan atrevidos, ni singulares como los exploradores y los conquistadores. Pero como si la selva del Nuevo Mundo los devorara, desaparecen entre la fronda de las historias generales” (pág. ix).

Notas
  1. Desde ambos lados del Atlántico, han sido y son varios los investigadores que aseveran que, para entender la manera de actuar y pensar del conquistador español decimoséxto en general y, por lo tanto, la rebelión marañona y línea de conducta y razonamiento de un Lope de Aguirre, toca estudiarlas en su contexto, sin por ello hacer la misma lectura de lo que hay que entender por 'contexto'.

    Así, en su célebre y cimeral ensayo El conquistador español del s. XVI (1920), el historiador y escritor Rufino Blanco Fombona enfatiza en las dimensiones raciales, de origen social o psicológicas -otro ensayo suyo lleva precisamente como título 'Psicología del conquistador'- como factores contextuales condicionantes, lo que resulta en un determinismo positivista à la Auguste Conte transponiendo a las ciencias humanas y sociales el determinismo darwiniano en ciencias naturales: “fueron hombres muy maravillosos, muy de España y muy del Siglo XVI […] Estudiemos al conquistador. Conociendo la psicología de su raza, comprenderemos con sólo verlo definirse por la acción, qué nexos psicológicos lo unen con el país de donde procede. Sepamos a que clase social pertenecía, cuál era su instrucción qué ideas religiosas le preocupaban, en qué grado fue codicioso, religioso, heroico, individualista, dinámico, cruel. Observemos sus oscuras nociones del Derecho, sus querellas ante la Majestad real, su nulidad como administrador, y el fin que tuvo aquella generación de gerifaltes. Descubramos la trascendencia civilizadora de su acción" (BLANCO FOMBONA, 1981, págs. 93 y 94).

    Enrique Viloria Vela por su parte, en El imaginario del conquistador español (2007), ensayo monográfico más reciente dedicado al tema, se desmarca del enfoque de Blanco Fombona (el énfasis en lo racial) ampliando el abanico de factores contextuales determinantes a considerar: "En nuestro caso, vamos más bien a centrarnos en la evolución e influencia de determinados actores institucionales en la Edad Media (la Iglesia Católica, el Imperio Romano - Germánico, El Islam, la Inquisición, la Monarquía Española), y en algunos otros relevantes elementos de corte religioso, literario y mítico (la herejía, la devoción católica, la aventura, el afán de fama y lucro, los mitos americanos, que contribuyeron a la creación del imaginario del conquistador español), sin enfatizar tanto en las dimensiones raciales, de origen social o psicológicas del conquistador español, ampliamente estudiadas por Blanco Fombona; todo ello para situarnos en el medieval e intrincado imaginario de ese español que llegó anheloso, evangelizador y por equivocación a América con algo más que sus caballos, cañones y arcabuces a bordo de una carabela.”

  2. Sobre las 2 principales lecturas que se hacen de la actuación y persona de Aguirre (la de un loco sanguinario y la de un libertador avant la lettre), vea por ejemplo el historiador Ricardo Beltrán Y Rózpide, quien, a pesar de bien querer considerar las guerras y revueltas peruanas recién acabadas como circunstancia atenuante, en su "Informe: La expedición de Pedro de Ursúa y la rebelión de Lope de Aguirre, por don Emilano Jos" para la RADH (1928), condemna firmemente la rebelión y las atrocidades perpetradas por el soldado vascongado y corrobora el tono general acusador que encontramos en Jerónimo Bécker (1918-19, "Prólogo" a una edición de 'Historia de Venezuela' de Fray Pedro de AGUADO, págs. VI-XIV) y Emiliano Jos (o.c., 1927):

    "Los más de los autores, casi todos nos hablan de Lope de Aguirre como un hombre desprovisto de todo sentimiento de humanidad, malvado y traidor, que no sólo mata para quitar estorbos que le impiden satisfacer sus ambiciones, sino que asesina sin necesidad o sin causa conocida, por instinto sanguinario o por exceso de iracundia. No falta, sin embargo, quien ha pretendido rehabilitar su memoria, como hizo el señor Ispizúa, presentándolo como el primer mártir de la Independencia de América, a la que pretendía [al igual que su tatarabuelo hubiera hecho por el País Vasco] salvar del yugo de los reyes de Castilla, negando a éstos el derecho de señorear en las Indias. Claro es que siempre, y más aún en siglos que pasaron, el carácter feroz de la guerra, que obliga a imponerse por la fuerza y el terror, es circunstancia que motiva la aparición de hombres sin entrañas, y de éllos, ciertamente, algunos más que nuestro Lope de Aguirre hubo, entre aquella soldadesca que intervino en las rebeliones del Perú y otras partes de América; pero nadie superó ni aun igualó al tirano de Oñate, y bien puede afirmarse con nuestro llorado señor Bécker -y así lo recuerda el señor Jos- que la figura de Lope de Aguirre es lo más sombrío de nuestro pasado colonial, y borrón sangriento que mancha las páginas de la historia de la conquista del Nuevo Mundo" (pág. 472).

    Desde el tono acusador hasta la defensa incondicional, pasando por cierto grado de empatía con el paisano o, al menos, cierta comprensión teniendo en cuenta factores contextuales determinantes, son muchas y variadas las maneras de acercarse al conquistador vasco. “No es fácil calificar a Lope de Aguirre, el oñatiarra que, con insolente tú, desafió al rey Felipe II desde las lejanas Indias- concluye el periodista vasco-peruano Francisco Igartua Rovira (2002), quien denota empatía con la figura del rebelde vasco en algunos historiadores, pensadores y escritores, pero que luego no impide que los mismos condenen moralmente los actos violentos perpetrados por él y sus cómplices, : "Por un lado podría ser el "asombroso demonio y formidable Angel caído" de don Miguel de Unamuno [en el ensayo Lope de Aguirre, el traidor, 1920]; por otro, sería "Aguirre, el loco", que le era "casi simpático" a Pío Baroja [en su novela Las inquietudes de Shanti Andía, 1911]; aunque la mayoría de los que se han aproximado al alucinado rebelde (incluidos Unamuno y Baroja) no dejan de quedar anonadados ante sus crímenes y atrocidades y encontrarlo "repulsivo en el orden moral". Sin que falten numerosas opiniones que, razonablemente, encuadran esas atrocidades en su época, en los violentos y desalmados años del siglo XVI, que es cuando ocurrió la rebeldía de Lope de Aguirre, el Peregrino, Príncipe de la Libertad" ("¿Demonio o príncipe de la libertad?", 2002).

    Figurando entre estos observadores "razonables" el propio Paco Igartua (2003), a juzgar por cómo cabe interpretar a su modo de ver los crímenes y atrocidades de la "Ira de Dios", como también llamaban a Lope de Aguirre: "Matanzas ciertas que él mismo confiesa en su desafíante carta a Felipe II, pero que no se las puede juzgar con la mentalidad de ahora. Esas atrocidades (que son espantosas a nuestros ojos del siglo XXI) tienen que ser analizadas con los ojos de aquellos siglos y situarlas en tierras de conquista y aventuras como eran aquellas donde ocurren los hechos.

    Más todavía: la totalidad de los cronistas que relatan la enloquecida empresa de El Dorado y que lo acusan de tirano y cruel eran más que enemigos suyos, eran suplicantes de la clemencia real, pues todos habían sido seguidores de Lope de Aguirre hasta la Isla Margarita (Venezuela) donde prácticamente concluyen en el fracaso los planes independentistas del "Príncipe de la Libertad", pues de allí sale desesperado a tierra firme, para ilusamente intentar llegar a pie al Perú" ("Que jamás haya memoria del cruel tirano", 2003).

Referencias
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  • JOS PÉREZ, Emiliano, La Expedición de Ursúa al Dorado, la Rebelión de Lope de Aguirre y el Itinerario de los Marañones, según los documentos del Archivo de Indias y varios manuscritos inéditos. Extracto de su tesis doctoral agraciada con el Premio Extraordinario del Doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras, sección de Historia. Prólogo de S. Agustín MILLARES CARLO, catedrático de la Universidad Central de Madrid. Huesca, Imprenta V. Campo, 1927. Sobre este estudio histórico fundamental para entender esta segunda expedición amazónica y la rebelión marañona, ver el informe oficial" del historiador Ricardo BELTRÁN Y RÓZPIDE en el Boletín de la Real Academia de la Historia (Madrid, 1928) y los "reparos y críticas" del escritor vasco Iñaki de IURREIZTIETA en el Boletín del Instituto Americano de Estudios Vascos (Buenos Aires, 1959 y 1960).
  • ROJAS, Arístides (historiador positivista venezolano, 1826-1894), El elemento vasco en la Historia de Venezuela, Caracas, Imprenta Federal, 1874. Una de las nueve narraciones históricas luego incluidas en ROJAS, Arístides, Historia Patria. Estudios históricos. Orígenes venezolanos. Volumen Primero, Caracas, Imprenta y Litografía del Goberno Nacional, 1891. Edición moderna: Caracas, Imprenta Nacional, 1972. El estudio (opúsculo de 1874) El elemento vasco… se incluirá igualmente en ROJAS, Arístides, Capítulos de la historia colonial de Venezuela, Madrid, Editorial América, 1919.

  • UNAMUNO, Miguel de (escritor miembro del la generación del 98, filósofo, periodista, docente, concejal salmantino y decano, vicerrector y rector USAL, 1864-1936) "Lope de Aguirre, el traidor" [artículo ensayístico], en Asturias [Revista gráfica semanal] (La Habana, Cuba, Centro Asturiano de La Habana | Compañía Editorial "Hermes" SA, Año VI, Núm. entre 284-288 (enero de 1920); más tarde recogido en De esto y de aquello [Escritos no recogidos en libro], 4 tomos con prólogo de Manuel GARCÍA BLANCO (USAL, España), Buneos Aires, Ed. Sudamericana, 1950; en Obras Completas. Tomo 5. De esto y aquello [Colección de escritos no recogidos en sus libros], con prólogo, edición y notas de Manuel GARCÍA BLANCO, 1ª ed. Madrid, Editores-Libreros Afrodisio Aguado, 1952, 2ª ed. Barcelona, Vergara, por concesión especial de Afrodisio Aguado, 1958.

  • VILORIA VELA, Enrique, El imaginario del conquistador español (Caracas, 2007) [en línea], ensayo monográfico, en Monografías.com, “Trabajos”, No. 65 [última consulta 13-06-2016]. Centro de Estudios Latinoamericanos Arturo Uslar Pietri | CELAUP (creado en 2004), 2008, 133 págs.
  • ÚSLAR-PIETRI, Arturo, Las lanzas coloradas. Novela histórica. Madrid, Zeus, 1931.

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